Nuestra Señora y Madre de los Dolores

  • TIPO DE OBRA: Escultura de talla completa
  • ICONOGRAFÍA: Virgen Dolorosa.
  • TITULO: Nuestra Madre y Señora de los Dolores.
  • AUTORÍA: José de Mora.
  • CRONOLOGÍA: Finales del  XVII – principios del XVIII.
  • CATEGORÍA ARTÍSTICA: Excelente.
  • ESCUELA: Granadina.
  • ESTILO: Barroco.
  • UBICACIÓN: Altar del Sagrario de la Iglesia de la Victoria.
  • TÉCNICA: Madera tallada y policromada al óleo.
  • SOPORTE: Madera de cedro.
  • DIMENSIONES: 174 x 72,5 x 70,5 cm.
  • PROPIEDAD: Hermandad Sacramental y Venerable Orden Tercera de Siervos de Nuestra Madre y Señora de los Dolores.

“Hay ocasiones en que la excelencia de una imagen es tal que ejemplifica por sí sola el significado del término “obra maestra”. Nuestra Madre y Señora de los Dolores amén de un icono devocional incuestionable en Osuna, es una de esas escasas tallas que podríamos catalogar como cumbre y referente en su iconografía. Hablamos sin duda de una de las obras marianas más interesante de la provincia de Sevilla.

 

La Hermandad Servita ursaonense que rinde culto a la excelsa imagen de la Virgen de los Dolores realiza estación de penitencia en la mañana del Viernes Santo, siguiendo los pasos de la hermandad de Jesús Nazareno que sale una hora antes, por las mismas calles que esta otra corporación va recorriendo. Ambas dos cofradías son independientes, rindiendo culto la de los Siervos de María como titular solo a la Señora de los Dolores. La imagen se dispone sobre paso con respiraderos de orfebrería plateada sin palio, acompañando banda de música que interpreta un repertorio de diverso carácter. Luce la imagen saya y manto bordados que recubren burdamente el impresionante trazado de las ropas talladas originales. Una ráfaga o resplandor de orfebrería plateada rodea a la imagen, quedando éste a una prudente distancia del contorno de la efigie, no directamente bordeando el manto, lo cual realza notablemente el simulacro devocional y magnifica su trascendencia.

La elegante corona de orfebrería plateada y una apocalíptica media luna a los pies de la talla complementan los aditamentos de la imagen, junto a un corazón atravesado por siete puñales, también en orfebrería plateada, que sostiene la imagen en sus manos entrelazadas.

 

De considerables dimensiones para tratarse de una imagen mariana (1,74 m.), la imagen se nos muestra vestida con una túnica y manto tallados en minuciosos y pormenorizados pliegues, que provocan sensación de apelmazamiento, ajustándose a la efigie como si se hallasen humedecidos (técnica de paños mojados). Un rico y profuso estofado de elegante factura recubre todo el simulacro textil, que en principio probablemente fuese de tonos cromáticos lisos, siendo la mencionada labor del estofado un añadido posterior de notoria calidad ejecutoria. Las manos se entrelazan en oración, cerrándose los dedos con fuerza visible que contribuye a resaltar el ademán doloroso y de arrebato en la oración de María Santísima. La cabeza se gira hacia abajo y a la derecha, permitiendo al fiel de esta forma contemplar mejor desde la altura de su altar o paso procesional los bellos rasgos del atribulado semblante.

 

El rostro de la Virgen de los Dolores se enmarca dentro de los rasgos de la escuela granadina, siendo ejemplo claro de la capacidad de las tallas marianas de esta escuela durante los siglos XVII y XVIII de transmitir al fiel una sensación de dolor y aflicción de la Madre sin que los hermosos y melancólicos rasgos del rostro denoten en forma alguna deformación o exagerada contracción de las facciones por mor del amargo trance por el que la Señora atraviesa. Hasta tal punto resulta efectiva esta capacidad de transmisión que provoca incluso el inmediato rechazo estético por parte del espectador no versado y acostumbrado a la contemplación de este tipo de imágenes, de rasgos algo más maduros que el modelo frecuente en las tallas ceñidas al modelo popular sevillano, tradicionalmente más juvenil y con una transmisión menos directa, de impresiones más dulcificadas. Sin embargo no hay característica alguna como ya se ha dicho en la talla que resulte visualmente impactante ni estéticamente desagradable, solo un rictus de dolor contenido e intimista y unos rasgos minuciosamente retratados con una gran capacidad de transmitir sensaciones.

 

El manto tallado de la efigie cubre la cabeza, dejando un óvalo muy abierto a través del cual podemos ver el rostro de María, el cuello, así como la cabellera, que en finos y delicados mechones cae sobre el pecho de la talla hasta llegar a los brazos, enmarcando la caída del manto a la altura de los hombros. El rostro, en alargado óvalo, muestra unos rasgos de una cierta madurez. Las cejas se elevan, las aletas nasales se contraen, así como las comisuras de los labios cerrados se pliegan hacia abajo, componiendo de esta manera el sutil rictus doloroso que comunica al fiel el intenso dolor en que se halla sumida internamente la Santísima Virgen. Los misteriosos ojos entrecerrados proyectan una sombra sobre el parpado inferior y las pupilas, acentuando la sensación melancólica y el misticismo, invitando al espectador a que tenga que acercarse hasta la línea visual directa de la talla para poder mirar a los ojos de la Santísima Virgen, gesto este de acercarse a María pleno de simbolismo. Los marcados pliegues nasogenianos, una cierta sensación de blandura en los pómulos, el marcado surco de las comisuras labiales junto a los pliegues de la piel bajo los párpados inferiores, nos dejan la sensación de un rostro envejecido por un dolor desgarrador con el que la imagen parece batallar, conteniéndolo a duras penas e interiorizándolo. Un grácil hoyuelo en la carnosa barbilla remata los rasgos de facciones hermosas, pero presas del sufrimiento. Un largo cuello de suaves líneas, apenas anatomizado, sostiene elegantemente la testa.