
Director Espiritual
La Iglesia y el Mundo
Comienzo este artículo con estas palabras: “Dialogar con el mundo supone ser perfectamente bilingües, es decir, portar la Revelación de Jesucristo en la carne propia y conocer los lenguajes contemporáneos de los hombres”[1], afirmaba el cardenal Poupard en 2004, invitando a ser fieles a la fe y al mismo tiempo abiertos e innovadores.
En tal sentido el compromiso con la unidad y con la pluralidad implica riesgos. La mirada que se centra exclusivamente en la unidad podría suscitar actitudes integristas y el rechazo de toda manifestación del “catolicismo de conciliación”. Por otra parte, la mirada que pone el énfasis en la diversidad podría suscitar posiciones relativistas porque ciertamente la conciliación no es siempre posible.
En su relación con los cambios de los tiempos históricos, se manifiesta la complejidad de las definiciones eclesiales. La Iglesia católica es ciertamente una, por su fe en Jesucristo, sus verdades doctrinales y su seguimiento del Magisterio; la Iglesia es también diversa porque debe insertarse en circunstancias históricas y culturales cambiantes, y dialogar con ellas. Pero los cambios que se suscitan son las consecuencias de la integridad entre las diversas realidades sociales y el Magisterio en su autenticidad.
El hombre moderno, sin certezas y sin creencias, se siente desprotegido porque tiene la sensación de estar viviendo una comedia sin desenlace y porque desconfía que la vida no tenga sentido. Ante esta situación se pregunta ¿quién fue Jesús; qué habrá hecho para que hasta el día de hoy haya habido tanta gente que le haya amado y haya dado la vida por él y por los otros por imitarle a él; cómo entendió su vida; dónde está la fuerza de su persona y su originalidad; por qué, a pesar de que las ideologías y las religiones están sumidas en una profunda crisis, hay tanta gente que sigue a su persona y a su mensaje? La tarea de la Iglesia hoy es dar respuesta a esta pregunta.
La teología y los sermones han sido, en muchos casos y durante mucho tiempo, un ruido desgarrador que no armonizaban con nada de lo que pensaba y hacía la gente. Muchos son tan ostentosamente vacuos que no se dan cuenta que pasan la vida enterrados en imaginaciones rancias que les dispensan de mirar de frente el mundo en que les ha tocado vivir.
Una predicación bien hecha necesita saber de qué se habla y a quien se habla. Aquella religión positiva de dogmas, ritos, y reglas que debía de ser aceptada porque lo decía el sacerdote, los teólogos, o porque lo decía Santo Tomás, se acabó, aunque, en el fondo, mucho de aquello sea aceptado, pero no por los argumentos de autoridad sino porque contenían mucho de evangelio. Esa exageración de la maldad de los hombres, la pansexualidad del pecado y de los malos pensamientos, el miedo al dios violento y al infierno como casi única motivación del miedo al pecado, les ha hecho olvidar el amor a la vida y la misericordia infinita de Dios para convertir la vida en una desgracia sin esperanza. Muchos teólogos han tomado siempre sus intuiciones e imaginación por hechos.
La gracia es un soplo de Dios sobre la carne. La doctrina de Jesús es como una anarquía divina; elige a los tontos para confundir a los sabios, a los débiles para avergonzar a los fuertes y poderosos. La personalidad de Jesús, un ciudadano en profunda sintonía con los hombres de su tiempo y conciencia clara del zarpazo del paso del tiempo es compleja y rebelde.
Hoy la religión ya no se confunde con una forma de vida ni con una cultura porque ha adquirido plena autonomía por eso puede sobrevivir y hacerse fuerte en cualquier cultura gracias a la inculturación del evangelio. Esta adaptación de la religión que no del evangelio que sigue siendo el mismo desde siempre en todas partes, permite a la religión globalizarse. El coste de esto es que la religión ya no es el fundamento del funcionamiento del mundo y de la totalidad social mundial sino una realidad reducida a comunidades nacionales y locales que ayuda a los individuos y a las comunidades y puede agudizar su conciencia crítica.
La religión ya no cumple la función de fuerza orgánica y de cohesión de la realidad social. La religión hoy vive una cierta paradoja entre lo particular y lo universal, un “singular universal”, un singular que se manifiesta como representante de lo universal, el resto que se identifica con el todo. De ahí la teología de la liberación o de la esperanza, la teología política, cristianos por el socialismo, … El fundamento de la teología ya no son las verdades perennes de la metafísica sino la aplicación del evangelio a las realidades concretas de la vida cotidiana.
Hoy es una realidad la vuelta a la espiritualidad profunda, a la búsqueda de referencias posmaterialistas, la apertura a una alteridad radical que amplíe mi yo. El futuro es de los verdaderos emisarios de otro mundo que llevan vida a la literatura no literatura a la vida, que se esfuerzan por romper amarras y nos invitan a volar con ellos sobre las alas del espíritu que anuncian con adelanto un mundo nuevo. El miedo, océano de niebla, reduce los espacios de libertad y achica nuestro mundo y nuestra alma. Nada puede crecer y nada puede hundirse tan profundamente como el hombre. Jesús es esa misteriosa brasa en el corazón de la humanidad que nunca se consume, que mira con piedad y esperanza este mundo. Él es lo que necesita que se instaure para dar sentido a la sociedad y con ello el mundo vuelva a su esencia natural.
[1] POUPARD, 2005, p. 26
Don Antonio Raúl Moreno Enríquez